Domingo. 8 de agosto. 9 de la mañana. Con una resaca de kilo tras haber disfrutado de la noche madrileña y varios kilos de ropa, productos de higiene y dispositivos electrónicos a nuestras espaldas nos dirigimos a la terminal 1 del aeropuerto de Barajas para dar comienzo a nuestro viaje.
En Harlem, el barrio negro al norte de Manhattan, nos esperaba Sandra, barcelonesa de 26 años que nos acomodó en su piso donde el dueño haciendo gala de lo samaritana que es la sociedad americana vivía literalmente con la puerta de su casa abierta y con el Internet abierto para todo aquel que plazca.
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